De cómo Sebastian cambió el mundo para siempre
Al principio nadie pudo verlo porque todo pasó muy rápido.
Andaba balanceandose a ritmo de mariachis por el borde de la acera, como un equilibrista llevando un paragüas imaginario en una mano –no llovía pero sí era un día gris-, y en la otra un pañuelo de colores que se retorcía con el movimiento de su cuerpo y el del viento. Todo parecía una sola cosa. Una maquinaria de funcionamiento impredecible.
Y quizo el azar por desgracia, a juzgar por lo que pasó después, que se distrajera con un pensamiento vago sobre cómo cambiar el mundo. Entonces no hubo quien deshiciera lo andado y ya sabemos todos que no siempre se puede volver sobre nuestros pasos.
Puso un pie firme delante del otro y se precipitaron las acciones: el borde de la zapatilla ortopédica se abrió hacia un costado y trató en vano de mantener un equilibrio precario sobre el piso resbaloso, luego cedió a sus ansias de volar y se fue libre hacia atrás dejándolo a él trastabillando con cuidado, tropezando primero con su pierna destemplada, doblando las rodillas de inmediato, y luego de una breve levitación, cayendo horizontal sobre el concreto. Se oyó un ruido seco. Como el que se escucha en las películas cuando se cierra una puerta importante o se asiste a un gesto revelador. La culpable zapatilla fue a parar a unos metros de distancia, sin vida eso sí, pero alegre de cualquier modo.
Descerrajado el cráneo, Sebastian fue más conciente que nunca: las ideas cantaron glorias mientras brotaban de sus sesos y se fueron volando a los cielos -¡aleluya, aleluya!-, mientras una multitud de curiosos debatía sobre la pertinencia de dejar la acera con ese rojo tan intenso o limpiarla para que nadie se tropezase otra vez. Es que nunca la calle se vió tan bonita ni se vió a los vecinos tan contentos.
Cuando todos se retiraron el cuerpo quedó tendido, triste y sonriente.
Y de pronto, como cosa del destino, un perrito mofletudo ladró algo que nadie entendió: ahora el mundo es un lugar mejor, dijo. Luego echó su chorrito apestoso y desapareció con la tarde.
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