Este no es un blog: es una cajita de chocolates en una mesa huérfana. Tome cuantos quiera. Eso sí, deje algunos para el resto.

martes, enero 04, 2005

No se por qué pero este viejo me cae muy bien

Antoine Gallimard, presidente de Ediciones Gallimard:

“Hoy Marcel Proust no encontraría editor”

Por Lluís Amiguet / La Vanguardia

Tengo 55 años y gran experiencia en el error. Nací en París: en sus jardines secretos encuentro mis mejores placeres. Tuve esposa y barco: los dos días más felices de mi vida fueron el día de comprarlo y el día de revenderlo. Me divorcié. Tengo cuatro hijas. Soy cristiano no creyente. El último contrato que negocié con el escritor Daniel Pennac nos lo acabamos jugando a los chinos...

–¿A ver quién pagaba las copas?
–¡No! Le hablo de los porcentajes del contrato. Lo más importante. Nos los jugamos. Somos amigos y como nuestros representantes empezaban a enfadarse, decidimos vernos. Nos aburrimos discutiendo detalles hasta que al final cada uno puso en un papel lo que quería. Y lo echamos a suertes: el que ganó impuso sus condiciones.

–¿Quién ganó?
–...

–¿Y le parece serio?
–La vida es un juego o una condena. Yo jamás he sabido vivir sin la libertad del juego y editar libros es mi jugada favorita. Tiene que ser absolutamente libre y azarosa.

–Si le oyera su abuelo, el editor de Proust.
–Sonreiría, porque mi abuelo fundó esta editorial por puro azar y yo me hice cargo de ella por otra jugada del destino.

–¿No le tocaba en herencia?
–No. Yo era el tercero en el derecho a heredar y además tenía una bien ganada fama de aventurero poco serio y enemigo de cualquier formalidad.

–¿No le atraía el negocio editorial?
–Me gustan los libros, pero no los libros contables y sus aburridos, grises y estériles guardianes. Para mí, un negocio es mucho más que su balance de cuentas. Está vivo. Si no es un instrumento de creación con el que ilusionar a cientos de personas, ¿para qué mantenerlo? ¿Para esclavizar a trabajadores y escritores? Yo de joven me fui a dar la vuelta a América en autostop, que era algo mucho más próximo a editar libros que hacer cursos de marketing.

–Pues creo que no le ha ido mal.
–Estoy a punto de recomprar la parte de la editorial familiar que aún está en manos de bancos y multinacionales: el proceso inverso al habitual, en el que la empresa familiar se vende al mejor postor. Y me preocupa que se hayan vendido así editoriales como Flammarion o Le Seuile.

–¿Por qué entró en la editorial?
–La verdad es que yo no trabajé en serio hasta los 35 años y lo hice por amor a mi abuelo y porque todos los seres humanos, ricos o pobres, tenemos una obligación moral de hacer algo por los demás. Si la ignoramos, nos sentimos incompletos.

–¿Vivir no es suficiente?
–Vivir no es necesario, navegar sí, por eso tuve un barco y navegué hasta Venezuela y si ahora alguien, por ejemplo yo, no edita con amor, me temo que pronto nos quedaríamos sin algo interesante que leer, porque mientras las decisiones sobre qué se publica y qué no las tomen los expertos en marketing, los libros no serán mejor lectura que las etiquetas de los botes de tomate.

–Vivir no es necesario, navegar sí y un buen libro es el mejor barco... ¿Y editar?
–Editar es imprescindible mientras existan escritores además de técnicos de ventas. El editor es el entrenador emocional del escritor: está a su lado cuando el autor cree estar solo. Es su amigo en la travesía de la soledad antes de la creación. Cree en él antes que nadie y cree en su obra antes que el propio autor: apuesta por él y gana o pierde con él.

–Bonito, pero si no hay beneficios, usted tiene que cerrar.
–Yo no he dicho que no me interesen los beneficios. Todo lo contrario. Si no hay beneficios, no hay libros. Lo que estoy diciendo es que si de un escritor no te interesa lo que escribe sino sólo lo que vende, pues dedícate a las latas de tomate: venden más.

–Seguro que usted se mira los números.
–Sí, pero no sólo los del dinero, sino los del alma. Mi abuelo ya decía que además del balance de los dineros, está el de las cosas bien hechas. Tal vez no ganaba una fortuna con algunos libros, pero se sentía pagado con la satisfacción de hacerlos. Además del balance contable, está el literario, estético y humano. Y hay muchas personas que saben leerlo.

–Cíteme alguna.
–Muriel Toso era una de las grandes accionistas de la editorial. Ella creyó en mí pese a que Murdoch y otro multimillonario, Bouygues, le enviaban ramos de flores con ofertas muy tentadoras para que les vendiera a ellos su parte. Muriel sabe que en el juego de la vida se apuesta algo más que dinero.

–¿De qué se enorgullece?
–Hemos plantado en el balcón del edificio editorial unas rosas preciosas.

–¿Eso es todo?
–Para divertirte con lo que haces, la primera norma es no tomarte demasiado en serio a ti mismo ni tus grandes ideas, pero tienes que tomarte muy en serio las pequeñas cosas que sí puedes hacer para mejorar tu entorno.

–También puedes hacer cosas grandes.
–Nadie puede cambiar el mundo ni salvar a la humanidad, pero todos podemos plantar unas rosas en un balcón donde alegren a cualquiera que pase por allí. Las rosas son importantes, porque nos gustan a todos en la editorial y nos alegran la vista cada día.

–¿Envidia la relación entre su abuelo y Proust?
–A Proust le envidio su capacidad de escribir, que es revelar las realidades escondidas bajo las verdades adquiridas, y a mi abuelo le admiro por su entrega a sus tres pasiones: los libros, las mujeres y los baños de mar.

–¿Usted no las comparte?
–Yo las he heredado las tres, pero me temo que no podré realizarlas de forma tan brillante como él.

–Algún vicio original tendrá usted.
–Los jardines secretos de París y de la vida. Por sí solos la justifican.

Extraído de Periodista Digital (4 de julio 2004)