Este no es un blog: es una cajita de chocolates en una mesa huérfana. Tome cuantos quiera. Eso sí, deje algunos para el resto.

domingo, febrero 06, 2005

Inusual, bizarro, oscuro, fascinante

Música para el desastre

El cine nos ha dejado la costumbre de imaginar con música las cosas importantes. Lo menos que esperamos cuando nos persiguen, o cuando se resuelve un romance muy esperado, o cuando estamos robando diamantes en una joyería es que nuestra acción venga acentuada con la música que le corresponde. Una persecución sin música resulta siempre decepcionante, se trata de una acción despojada de los tuttis orquestales que le tocan por naturaleza.

Hace unos años, los expertos en los asuntos del cielo, auxiliados por una sofisticada máquina rastreadora, descubrieron que en la gran maraña del universo todavía se oye el ruido que produjo, hace miles de millones de años, el Big-Bang, la gran explosión, con todo y su tutti mineral, que inauguró el origen de todo.

Pero la música que acompaña a las cosas importantes, no es patrimonio exclusivo del cine; hay veces que la realidad, seguramente plagiando al cine, le pone música a sus momentos de desastre.

En 1992, el multimillonario francés Pierre Druón, alquiló un tren de alta velocidad completo, para celebrar a bordo su cumpleaños 64. La idea era viajar de París, en donde tenía fincado su imperio, a Hendaya, su lugar de nacimiento, ubicado en el extremo sur, en la frontera con España. Un gran banquete y una orquesta iban dándole aspecto de fiesta a ese tren nocturno. En determinado momento trágico, el tren perdió los rieles y fue a dar al fondo de una barranca. El saldo de víctimas fue altísimo. Uno de los pocos sobrevivientes comentó a la prensa francesa que monsieur Druón, el multimillonario, oía Whein I'm Sixti-Four de los Beatles, en la versión de su orquesta alquilada, cuando sobrevino el descarrilamiento.

El accidente que se llevó la vida de James Dean, el lengendario actor, fue uno de esos desastres con música. Michael Ivory, vecino del sitio de la tragedia, había salido de su casa con el ánimo de estirar las piernas, cuando vio volar un auto fuera de control. El silencio que vino después del impacto fue llenado, según la confesión tardía que hizo ante la corte en 1995, por la canción Baby Let's Play House, que salía por las bocinas del radio en la voz de Elvis Presley. Michael Ivory interrumpió su terapia de estirar las piernas y corrió a su casa para llamar una ambulancia. Fue hasta el día siguiente que se enteró de que el piloto era James Dean. La banda sonora de la tragedia le dejó una muesca en la memoria, nunca, desde aquel día, ha querido volver a oír Baby Let's Play House.

Otro tragedión que la realidad se encargó de musicalizar, fue la hazaña fugaz de Rick Fermosello: un deportista canadiense que en junio de 1986 decidió practicar esa suerte demencial de lanzarse por las cataratas del Niágara, sin más protección que un barril. La hazaña de Rick tenía como particularidad un walkman apretado entre el estómago y el traje de baño, que iría reproduciendo durante la caída, la canción Jumpin'Jack Flash de los Rolling Stones. Pretendía quedar registrado en la historia como el primer hombre que se lanzaba en el barril, oyendo esa canción en particular. El barril, la vida y el walkman de Rick, tuvieron el final desconsolador de acabar contra unas piedras. Nadie pudo comprobar si el atleta cumplió con la parte musical de aquella hazaña malograda.

Pero la tragedia con música más sorprendente fue la ocurrida en 1943, durante el hundimiento del Oceanic Bird, un trasatlántico enorme que desapareció sin dejar rastro. 40 años después, un grupo de investigadores marinos dio con los restos del Oceanic, que descansaban a 79 metros de profundidad, en un fondo cerca de las Azores. Las labores de rescate de piezas útiles duraron varios meses. Se recuperaron vajillas, instrumentos de navegación, un baúl con vestuario de la época y el cuerpo deteriorado de un músico, que fue extendido en la mesa del barco investigador, para su examen. Era un esqueleto de adulto con la ropa hecha jirones, que tenía dos características: conservaba dentro del tórax una masa de plancton marino y además sostenía, entre los huesos de la mano, una trompeta. El médico de a bordo se puso a examinar el cuerpo, mientras sus colegas completaban otros menesteres. Liberó la trompeta de esos dedos que prometían acompañarla toda la eternidad y posteriormente aplicó el bisturí en la masa que llenaba el tórax. En cuanto el plancton se rompió, asegura el doctor Hazel, liberó algunos compases de la melodía Just One of Those Things, que seguramente tocaba la orquesta en el momento del desastre. Nadie creyó en el testimonio de Hazel, y él decidió no insistir, era la cosa más extraña que le había sucedido.


Humo en los ojos

En una fotografía que pertenece al Museo Metropolitano de Nueva York aparece Lola Montez, célebre feminista del siglo pasado, sosteniendo con una displicencia cercana al desmayo, un cigarro que era un mensaje y una provocación. Una mujer fumando en 1850, el año de esta imagen, significaba una afrenta contra las buenas costumbres, la sexualidad y, en un descuido, el orden del universo. La idea de alterar el equilibrio social por la simple yuxtaposición de ser mujer y fumar, fue propuesta en realidad por George Sand, quien a su vez copió de Montez la costumbre de salir a la calle vestida con traje sastre negro. Montez y Sand ganaron la batalla; a principios del siguiente siglo, el nuestro, las mujeres se volvieron doblemente atractivas por la misma yuxtaposición de ser mujeres y fumar.

Muchos años antes, en 1627, Johann Joachim von Rusdorff, embajador de las orillas del Rhin y poseedor de un nombre que debiera mejor ladrarse, informaba en sus elucubraciones diplomáticas sobre el acto de fumar recién importado de América y lo calificaba, luego de condenarlo rabiosamente, como "la borrachera de nubes''. En 1658, el escritor y predicador jesuita Jakob Balde lo bautizo como "la ebriedad seca''. Ese extraño proceso de jalar humo por el extremo de un tubito que arde en el otro extremo y luego echar el mismo humo por nariz y boca debe haber sido impresionante en aquella época donde los placeres más bien se bebían.

En un capítulo de sus memorias, Luis Buñuel habla de los placeres del mundo, porque de los placeres del otro mundo ya se había ocupado Nazarín, su personaje. En esas páginas por donde desfila lo que se bebe, lo que se fuma, lo que se come y lo que se palpa, aparece desde luego su cariño entrañable por la ginebra, que iba desde el Martini con su receta especial, hasta la ginebra a pelo, disimulada en una bolsa de papel de estraza que bebía en la sala de abordar de algún aeropuerto, con los ojos fijos en cualquier parte y su maleta de mano entre las piernas. El cineasta practicaba este ritual solitario para quitarse el miedo que produce el volar en un aparato que va tripulado por un desconocido.

Buñuel, por una parte disimulaba su botella de ginebra y, por otra, como Lola Montez, exhibía su cigarro y llenaba de humo la sala de abordar. Luego de explicarnos que los extremos del acto del amor deben estar marcados por un trago antes y un cigarro después, Buñuel sostiene que en gran medida, desde su perspectiva de fumador experto, el acto de fumar es un placer visual que empieza desde que se abre la cajetilla y se descubren los cigarros ordenados en dos o tres filas. Luego viene la llama, la calada, el tabaco al rojo y el placer de verse la mano con el cigarro echando humo entre los dedos y la expulsión, por la nariz y por la boca, de esa nube enorme que se estaciona en una esquina de la habitación, de la sala de abordar, de un museo en Nueva York, o que escapa por la ventana rumbo al cielo abierto. Como prueba de todo esto, aseguraba que era incapaz de fumar con los ojos cerrados.

A Buñuel le gustaba fumar y verse fumando; a Lola Montez le gustaba fumar y que la vieran; el embajador de las orillas del Rhin los hubiera odiado.

En ese capítulo dedicado a los placeres, el cineasta confiesa que a su edad, la suficiente para ponerle a su libro Mi último suspiro, ha perdido todo el gusto por el sexo, anuncia la total desaparición de su instinto sexual, y advierte que si se le apareciera el diablo con la oferta de devolverle su virilidad, le contestaría: "No, muchas gracias, no me interesa; pero fortaléceme el hígado y los pulmones, para que pueda seguir bebiendo y fumando''.


Tres personajes

En 1931, luego de varios intentos, el escritor Dashiell Hammett logró instalarse en Hollywood. Después del éxito de sus libros Cosecha roja y sobre todo de El halcón maltés, que ya se estaba fabricando en cine, recibió una propuesta de la Paramount. David O. Selznick dice en sus memorias: "Hammett ha suscitado un auténtico escándalo en los círculos literarios con la publicación de sus dos libros (...) No está corrompido por el dinero, sino al contrario, deseoso de no atarse de pies y manos en un contrato de larga duración. Tenía la esperanza de que podríamos conseguirlo por unos 400 dólares mensuales, pero se queja de que esto sólo representa la mitad de sus actuales ingresos potenciales''.

Para no desentonar con el mundo de las estrellas, Hammett aderezó su fama de gran escritor alojándose en un hotel carísimo, junto con un séquito de dos hombres negros: Jones, quien laboraba como chofer y valet, y su amante (de Jones, no de Hammett) quien desplegaba sus habilidades en la cocina. Una vez instalado, el escritor dedicó sus esfuerzos a estudiar, y posteriormente a imitar el comportamiento de las figuras cinematográficas en los restaurantes, en los bares, en las recepciones y en los salones de baile. Para empezar concluyó que los calcetines de seda no hacían juego con los trajes de tweed.

Puesto al tanto del ceremonial, Hammett alternaba a El hombre delgado, su siguiente novela, con sus guiones por encargo, que a veces tenía que corregir, aumentar o reescribir, en pleno foro y sobre las rodillas mientras se filmaban las escenas anteriores. En las noches aparecía acompañado de su vistoso chofer, en el Brown Derby o en el Cover Club, listo para derrochar tiempo y fortuna con su banda de escritores, cabareteras y demás público entusiasta de aquellos desfiguros. Con el tiempo las fiestas empezaron a manchar su desempeño de guionista, pero los patrones del estudio tenían que soportarlo porque con todo y sus escándalos era el mejor. Alfred Knopf, su editor, también era víctima de aquellas fiestas; en un telegrama de la época, le escribe: "Me gustaría recibir El hombre delgado durante el día de hoy, lo que te permitiría ajustarte a tu propio calendario. ¿Existe alguna posibilidad de que así sea?''. Hammett recibió este telegrama en abril de 1932, precedido por una larga cauda de otros telegramas similares. Su último plazo para entregar la novela había sido en abril de 1931 y acabó entregándola, cientos de telegramas más tarde, en mayo de 1933.

Aburrido del glamour de Hollywood, Hammett se estableció en Nueva York buscando un poco de vida literaria y ahí trabó amistad con el segundo personaje de esta historia: un caballero sureño de garganta ruda y modales delicados, que le servía de pareja en sus tertulias de a dos que iniciaban recomponiendo la historia de la literatura y terminaban, al cabo de muchos güisquis sureños, en fiestas similares a las de Hollywood. Después de una especialmente borrascosa, aparecieron los dos armando un escándalo en la editorial de Knopf. Hammett se desmayó a media trifulca y cuando iba a ser evacuado a empujones por el editor, fue defendido a güisqui y espada por William Faulkner. Hammett nunca olvido ese gesto heroico.

Faulkner también fue escritor de Hollywood, sus dos mejores guiones, según el tercer personaje de esta historia, son: Tener y no Tener y El sueño eterno, basado en la novela de Raymond Chandler, dirigido por Howard Hawks y estelarizado por Humphrey Bogart. Faulkner tenía que ir a Hollywood cada vez que Hawks lo llamaba porque las regalías de sus libros no le dejaban suficiente dinero. La señora Carpenter, su amante desesperada que nunca había leído un libro suyo y sin embargo quería casarse con tan famoso escritor, decidió ponerle un ultimátum para que dejara a su esposa; le dijo que había conocido a un pianista de fama internacional, que era en realidad un músico de fama local adentro de un burdel, y que tenía la intención de casarse con él, a menos de que Bill (Faulkner) decidiera casarse con ella. El gran caballero del sur, según el tercer personaje de esta historia, le respondió a su amante con esta críptica aprobación: "el amor es hermoso''.

De los 17 guiones que Faulkner escribió para Hollywood, sólo dos fueron aceptados.

El tercer personaje de esta historia coincidía en tres aspectos con Faulkner y con Hammlett. El primero y fundamental era su devoción por el güisqui. El segundo su estatura literaria y el tercero su relación con Hollywood, que el mismo Juan Carlos Onetti escribió así:

"Hace unos meses, en casa de un amigo muy querido, un director de cine me puso las manos en los hombros al despedirse y me dijo: `No me tenga miedo. Nunca estropearé una novela suya. Yo escribo los guiones de mis películas y en caso de estropearlos lo hago con lo que es mío'''

Jordi Soler