Este no es un blog: es una cajita de chocolates en una mesa huérfana. Tome cuantos quiera. Eso sí, deje algunos para el resto.

martes, setiembre 07, 2004

Tres formas de poner un parche

Me gustaría comenzar a escribir un libro así:

"Hay llagas que, semejantes a la lepra, corroen lentamente el alma, en la soledad. Son males que no se le pueden confiar a nadie. Todo el mundo los situa entre los accidentes extraordinarios y, si alguna vez los describe alguien, de palabra o por escrito, la gente, que respeta los conceptos trillados con los que, por otra parte, está de acuerdo, se esfuerza por recibir su relato con sonrisa irónica. Porque el hombre aún no ha encontrado remedio para tal plaga. Las únicas medicinas eficaces son el olvido que dispensa el vino y la somnolencia artificial que procuran la droga o los estupefacientes. Pero, desgraciadamente, sus efectos son pasajeros: el sufrimiento no sólo no se calma de forma definitiva sino que no tarda en volver a exacerbarse."
La Lechuza Ciega, Sadeq Hedayat, 1958.

O sino así:

"La nave voladora del profesor Lucifer silbaba atravesando las nubes como dardo de plata; su quilla, de límpido acero, fulgía en la oquedad azul oscuro de la tarde. Que la nave se hallaba a gran altura sobre la tierra es poco decir; a sus dos ocupantes les parecía estar a gran altura sobre las estrellas. El profesor mismo había inventado la máquina de volar, y casi todos los objetos de su equipo. Cada herramienta, cada aparato tenía, por tanto, la apariencia fantástica y atormentada propia de los milagros de la ciencia. Porque el mundo de la ciencia y la evolución es mucho más engañoso, innominado y de ensueño que el mundo de la poesía o la religión; pues en éste, imágenes e ideas permanecen eternamente las mismas, en tanto que la idea toda de evolución funde los seres unos con otros, como sucede en las pesadillas."
La Esfera y la Cruz, G.K. Chesterton, 1944

O de un modo más concreto:

"Estimada señorita. Voy a matarla y usted lo sabe, así que me asombra su silencio. La flor del almendro ya destella de blancura en las ramas, pero no advierto la flor de sus cartas en el muro. Eso no es lo convenido. Yo me tomo en serio mi papel de verdugo: haga lo mismo con el suyo de víctima. Le sugiero, por ejemplo, que se vuelva romántica."
Cartas de un Asesino Insignificante, José Carlos Somoza, 1999

Pero no se que me pasa: no puedo empezar.