Para acabar con algunas preguntas
Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Física y nunca se atrevió a preguntar
Por Woody Allen
Me alivia mucho que el Universo tenga por fin una explicación. Empezaba a pensar que el problema era yo. Parece ser que la Física, como los parientes fastidiosos, tiene todas las respuestas. El Big Bang, los agujeros negros y el magma primordial aparecen todos los martes en la sección científica del New York Times, gracias a lo cual mi comprensión de la relatividad general iguala ahora a la de Einstein. Me refiero a Einstein Moomjy, el vendedor de alfombras.
¿Cómo podía ignorar que en el Universo hay unas cosas chiquitas, de la escala Planck, que miden un millonésimo de un billonésimo de un billonésimo de un billonésimo de centímetro? ¡Qué difícil encontrarlas si se nos cayeran en un cine a oscuras! ¿Y la gravedad? ¿Como funciona? Si dejara de funcionar, ¿los restaurantes finos seguirían exigiendo saco y corbata?
Todo lo que yo sé de Física es que para un hombre que está de pie en la costa el tiempo pasa más rápido que para un hombre que está en un bote, sobre todo si el del bote está con su esposa. El último milagro de la Física es la teoría de las cuerdas, que ha sido anunciada como una TdT, o Teoría de Todo. Y "Todo" podría incluir perfectamente el incidente que me ocurrió la semana pasada. Paso a referirlo.
El viernes me desperté, y como el Universo está en expansión me llevó más tiempo que el habitual encontrar mi salto de cama. Eso hizo que saliera a trabajar más tarde, y como los conceptos de "arriba" y "abajo" son relativos, el ascensor en el que me metí subió hasta el techo, donde se me hizo muy difícil encontrar un taxi.
Tengan en cuenta que un hombre que viajara a bordo de un cohete a la velocidad de la luz habría llegado al trabajo a horario, o incluso un poco antes, y ciertamente mucho mejor vestido. Cuando por fin llegué a la oficina y fui a ver a mi jefe, el señor Muchnick, para explicarle mi retraso, mi masa empezó a aumentar a medida que me acercaba a él, lo que él interpretó como una señal de insubordinación.
Hubo algunos comentarios desagradables sobre la posibilidad de reducirme el sueldo, que, al lado de la velocidad de la luz, es de todos modos bastante pequeño. Lo cierto es que, comparado con la cantidad de átomos que hay en la galaxia Andrómeda, lo que gano es bastante poco. Traté de explicárselo al señor Muchnick, que me dijo que lo que yo no tenía en cuenta era que el tiempo y el espacio son una misma cosa.
Me juró que si la situación llegaba a cambiar me daría un aumento. Le señalé que, dado que el tiempo y el espacio eran lo mismo, y que lleva unas tres horas hacer algo que al final termina teniendo un metro ochenta de altura, es imposible que cueste más de 5 dólares. Una cosa buena del hecho de que tiempo y espacio sean lo mismo es que si viajamos hasta los confines del Universo y el viaje insume tres mil años terrestres, cuando volvamos todos nuestros amigos estarán muertos, pero ya no necesitaremos ponernos Botox.
Volví a mi oficina con la luz del sol chorreando por la ventana, y me dije que si nuestro gran astro dorado explotara de golpe, todo el planeta se saldría de su órbita y saldría despedido hacia el infinito para siempre, otra buena razón para llevar siempre un celular encima.
Por otro lado, si en algún momento llego a poder viajar a más de 186 mil millas por segundo y consigo apresar una luz que nació hace siglos, ¿podré entonces retroceder en el tiempo hasta el antiguo Egipto o la Roma imperial? Pero, ¿qué diablos podría hacer allí? ¡Si no conozco a casi nadie!
En ese momento entró nuestra nueva secretaria, la señorita Lola Kelly. Y bien: si lo que está en debate es si las cosas están hechas de partículas o de ondas, la señorita Kelly –definitivamente– está hecha de ondas. Te das cuenta de que es pura onda cada vez que camina hacia el dispensador de agua. No es que no tenga buenas partículas, pero seguro que fueron las ondas las que le permitieron conseguir esos aros de Tiffany’s. También mi mujer es más ondas que partículas. Sólo que sus ondas han empezado a colgar un poco. O quizás el problema de mi mujer sea que tiene demasiados quarks. Lo cierto es que últimamente es como si hubiera pasado demasiado cerca del horizonte de acontecimientos de un agujero negro y algo de ella –no todo, por amor de Dios– hubiese quedado atrapado adentro. Eso le da una forma bastante rara. Espero que pueda corregirse con una buena fusión en frío.
Siempre le he aconsejado a todo el mundo que evite los agujeros negros, porque, una vez adentro, se hace extremadamente difícil salir y seguir teniendo oído para la música. Si por casualidad cayéramos en un agujero negro y lo atravesáramos completo y saliéramos por el otro lado, probablemente viviríamos toda nuestra vida una y otra vez, pero estaríamos demasiado comprimidos como para salir a levantar chicas.
Así que me acerqué al campo gravitacional de la señorita Kelly y sentí que mis cuerdas vibraban. Lo único que sabía es que tenía ganas de tocar sus gluones con mis bosones débilmente calibrados, meterme en un agujero de gusano y hacerle algunas perforaciones cuánticas.
En ese momento me paralizó el principio de incertidumbre de Heisenberg. ¿Qué podía hacer, si ya no era capaz de determinar su posición exacta ni su velocidad? ¿Y qué sucedería si de golpe yo provocaba una singularidad, es decir, una ruptura devastadora en el espacio-tiempo? ¡Son tan ruidosas! Todo el mundo me miraría y me avergonzaría delante de la señorita Kelly. Ah, pero esa chica tiene una energía oscura tan buena... La energía oscura, aunque hipotética, siempre me ha excitado, sobre todo en una mujer con protrusión maxilar.
Se me ocurrió que si lograba meterla cinco minutos en un acelerador de partículas con una botella de Château Lafite me quedaría junto a ella y nuestros quanta se acercarían a la velocidad de la luz y su núcleo chocaría con el mío. Por supuesto, en ese mismo instante se me metió un trozo de antimateria en el ojo y tuve que buscar un hisopo para sacármelo. Ya había perdido toda esperanza cuando se volvió hacia mí y me habló.
–Lo siento –dijo–. Estaba por pedir café con medialunas, pero no recuerdo la ecuación de Schrödinger. Qué tontería, ¿no? Me la olvidé.
–La evolución de las ondas probabilísticas –dije–, pero si vas a pedir, yo quisiera un muffin inglés con muón y un té.
–Perfecto –dijo, sonriendo coqueta y acurrucándose.
Yo podía sentir cómo mi empalme invadía su campo débil mientras oprimía mis labios contra sus húmedos neutrones. Debo haber alcanzado alguna clase de fisión, porque lo único que recuerdo es que después estaba incorporándome del suelo con un moretón del tamaño de una supernova en un ojo.
Supongo que la Física puede explicarlo todo menos el sexo blando, aunque a mi mujer le dije que el ojo se me puso en compota porque el Universo se estaba contrayendo, y no expandiendo, y justo en el momento en que se contraía yo no estaba prestando atención.
Aparecido en el diario argentino Página 12 hace años-luz
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