Este no es un blog: es una cajita de chocolates en una mesa huérfana. Tome cuantos quiera. Eso sí, deje algunos para el resto.

jueves, diciembre 16, 2004

6:15 am

Amanecía tarde y de color fuccia. Adentro, el economista daba aspas de molino por la alcoba. Mientras, declaró con voz solemne:

-Cuando tenga dos tomates sobre las cuencas de los ojos habremos llegado a un punto neutro.

La mujer inflable lo miró con desgano y un tanto irritada escupió un ramillete de flores, una palangana, aserrín, vidrio y un molinillo de carne.

-Entonces deberíamos considerar variar un poco las cosas en el espejo -respondió.

Al economista le empezó a palpitar una vena a un costado de la frente.

-No pedí el desayuno en la cama -concluyó tajante.

La mujer quedó en silencio por un rato. Luego le dio por saltar como marioneta. La puerta del dormitorio quedó cerrada como un sepulcro.

-Pero anoche dijiste que la señal iba a ser un zumbido, y la saliva, asunto pasajero -se atrevió a decir al fin cuando se detuvo exhausta.

Él la miró furioso. Vió en sus ojos un auto descompuesto, un arrecife y una nube con forma de haba.

Muy decidido, el hombre sacó un estilete de su oreja y la reventó en el acto. La mujer inflable pensó en una pera mientras se esparcía hecha pedazos por toda la habitación.

-Estoy llena de aire -alcanzó a decir en un suspiro.

-Ese no es mi problema -reflexionó el economista en voz alta. Luego volvió a la cama para temblar de frío. Eran las 6 y cuarto.

"Nunca más resolveré una operación matemática", pensó al ensombrecerse bajo una lluvia de confeti. De pronto se escuchó el llanto de un niño y cerró los ojos.

Afuera, era un día gelatinoso.