Tornar inestimable lo inútil
Duchamp, el más influyente
Una consulta entre quinientos notables del arte mundial eligió el mingitorio bautizado Fuente como la obra más importante del siglo XX
A fines de noviembre, un panel de quinientos notables del arte mundial dictaminó que la obra más influyente del arte contemporáneo era Fuente, de Marcel Duchamp. Lo más asombroso no fue que la elección recayera en un orinal firmado. Eso era obvio. Fuente, creada en 1917, es la obra de arte más influyente de la época moderna. Lo sorprendente es que las celebridades hayan tardado tanto en llegar a esa conclusión. Podrían haberla anunciado en cualquier momento del último medio siglo; habría sido tan válida como lo es hoy.
Al decir esto, no pienso en lo evidente. Por cierto, sin el mingitorio no habrían existido la Tate Modern, Nick Serota, Charles Saatchi, el Premio Turner y el arte conceptual. Algunos de ustedes se alegrarán de esto y clamarán por un retorno a la era preorinal. Pero piensen en esto, filisteos: el espléndido orinal también engendró o respaldó a la mitad de los "ismos" de comienzos del siglo XX. Sin él, el surrealismo no podría haber sido lo que fue. Tampoco el dadaísmo, el minimalismo y, sobre todo, el arte pop.
Si eso no los impresiona, vayamos más allá del arte y miremos la vida tal como la conocemos hoy. Si el orinal no hubiese introducido el concepto de conversión radical y, por ende, hallado el modo de tornar inestimable lo inútil, estoy seguro de que hoy no viviríamos en lofts. Los depósitos seguirían siendo tales. Tampoco habría triunfado la estética minimalista y no existirían las estanterías escandinavas ni Hugo Boss, ni aun Ikea. Si rastreamos la genealogía de todo estilo elegante que implique quitar, en vez de añadir, podríamos situar su origen en las líneas puras de aquel orinal.
En el campo de las actitudes, causó un impacto comparable al de una bomba atómica. Dudo seriamente de que los años 60 hubieran podido ser tan insolentes, irreverentes y emprendedores, si el orinal no les hubiese mostrado el camino.
Y si encienden el televisor y ven que alguien intenta venderles algo hablándonos de otra cosa, ¿de dónde creen que viene esa técnica?
Dicho en los términos más crudos: antes del orinal, las cosas miraban hacia atrás; después de él, miraron hacia delante. Así de sencillo.
Muchos detestan todo esto. Preferirían que Serota, la Tate, el orinal, Tracey Emin, etcétera desaparecieran. Pero no se irán. Si ustedes no pueden habérselas con el legado extraordinario de Fuente, les aconsejo entrar en un monasterio o emigrar a Gales porque nunca podrán abrirse paso en el mundo moderno.
Vale la pena relatar, una vez más, la creación y la exhibición (o, mejor dicho, la no exhibición) de Fuente, por cuanto ella esclarece la historia del arte contemporáneo.
Duchamp nació en Francia en 1887, eludió la Primera Guerra Mundial alegando una invalidez fingida y, en 1915, se radicó en Nueva York. Dejó atrás lo que podríamos llamar el viejo mundo del arte: Matisse, Picasso, Braque. Hay quienes se complacen en suponer que esta generación rechazada representa el verdadero espíritu del arte moderno. Pero mientras Braque luchaba en las trincheras, Duchamp divertía a los norteamericanos en los vernissages y se convertía en el líder no elegido de la vanguardia de Manhattan. Diríase que esa guerra que allá, en Francia, diezmaba a su generación no existía para él. Sólo era otra irrealidad conceptual.
Podemos fruncir el ceño ante esta conducta frívola, o bien reconocer en ella una protesta exasperada contra la estupidez de las viejas costumbres. Mientras los alemanes, franceses e ingleses combatían a muerte chapoteando en el barro -¿para lograr qué?- Duchamp aprendía a acostarse con la primera generación de damas que se burló de aquella mentalidad espantosa que había enfrentado a los grandes gallos de Europa. ¿Quién comprendía verdaderamente la situación: Braque o Duchamp?
Salta a la vista que la huida de Duchamp a Nueva York es el acto aislado que mejor simboliza la transferencia del poder cultural de un mundo viejo a otro nuevo. Estados Unidos era "el" lugar. Todo cuanto había allí (rascacielos, autos, cine, insolencia y jazz) produjo nada menos que las invenciones actuales.
Duchamp era francés y, por consiguiente, el paradigma tradicional. El esnobismo lo erigió en el favorito del mundillo artístico de Manhattan. Pero lo maravilloso en él -lo que lo salva, ensalza y singulariza- es la eterna verdad cultural de que se puede sacar a un francés de Francia, pero no a ésta de aquél. Lo fascinante de su estadía en Manhattan es que se rehusó a quedarse sentado, sin hacer nada, y ser "un buen franchute". El placer secreto que sentía al burlarse de ese ambiente pretencioso y superficial fue uno de los principales componentes conceptuales de Fuente.
En 1917, lo eligieron miembro del directorio de una gran exposición de arte progresivo que se estaba organizando por y para todos los artistas independientes de Manhattan. Pretendían que ella fuese el equivalente norteamericano (más grande y mejor hecho) de las famosas exposiciones impresionistas de París que habían adoptado e impuesto ese sistema. Sería la mayor muestra de arte nuevo jamás vista en Estados Unidos.
Una semana antes de su apertura, Duchamp y un par de amigos norteamericanos del ambiente artístico entraron en J. L. Mott Iron Works, un local de venta de sanitarios en la Quinta Avenida. Al francés se le antojó comprar el pequeño y elegante orinal. Ya venía experimentando con cosas hechas: un botellero, una rueda de bicicleta y otros objetos comunes que encontraba en el mundo exterior y atraían su atención. Se llevó el orinal a su casa y lo firmó "R. Mutt", en una tosca distorsión del apellido Mott. Duchamp manejaba medianamente la ortografía del inglés norteamericano, pero sabía que en el lenguaje popular mutt significaba "perro". Luego, a último momento, lo presentó en la muestra de los independientes, pero el jurado lo rechazó. Demostró así la asombrosa presencia de un núcleo duro en su seno, ya que la exposición pretendía mostrar el tipo de arte que el establishment no estaba dispuesto a tolerar. Se armó una gran alharaca, seguida de las habituales disputas entre quienes afirmaban que eso era arte y quienes lo negaban rotundamente.
Duchamp, que no parecía tomar nada en serio, se defendió con una declaración en tono formal, en la que insistía en que lo importante era su decisión de calificar el orinal de obra de arte. En el momento mismo de elegirlo, le había dado otro significado.
Con esto no quiso decir, por cierto, que el orinal fuera una hermosa fusión de formas flotantes, estéticamente perfecta u otra necedad por el estilo, sino que era un objeto extraño, cargado de un surrealismo natural. Fuera de su contexto habitual, y firmado, resultaba de lo más singular. Un detalle cómico: por muchos días, la prensa anduvo buscando afanosamente al misterioso y extravagante artista R. Mutt.
Hay otro hecho que no debemos subestimar. Presentar Fuente en la muestra fue un acto de crueldad deliberada por parte de Duchamp. Un gesto calculado para ridiculizar e irritar al mundillo artístico norteamericano y bajarle un poco los humos. Como francés, si me perdonan la expresión, gozó orinando sobre los yanquis. Cada vez que se saca a relucir la historia del magnífico orinal, se tiende a pasar por alto el hecho sobresaliente de que nunca fue expuesto en la muestra de los independientes. Es el primer ejemplo de la ausencia de una obra de arte imperdible.
¿Qué fue de él? Nadie lo sabe con certeza. Unos dicen que los organizadores de la muestra lo destrozaron. Otros insisten en que Duchamp lo retiró para luego incluirlo en otras exposiciones, todo muy subrepticiamente. Hizo varias copias de él. Pero la versión más impresionante fue una fotografía del gran Alfred Stieglitz, que participó en la broma: la iluminación melodramática le imprime una ironía melancólica.
El orinal sólo ha existido, pues, en nuestra imaginación. Por eso es la obra de arte más influyente de la época moderna y, quizá, de todos los tiempos.
Por Waldemar Januszczak
Para LA NACION - Londres, 2004
© The Sunday Times y LA NACION
(Trad. de Zoraida J. Valcárcel)
4 Comments:
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J.
1:40 p. m.
así de simple, a veces.
5:31 p. m.
Lo curioso es q al definir las cosas tal como son los artistas por lo general plantean un "tal como son" distinto. Y sí pues, a veces, las cosas son muy complicadas en arte. Sin embargo no deja de tener razón el artículo: Jeremy Deller, el ganador del Turner 2004, es un buen ejemplo. Quizá no tanto The history of the world pero sí Acid brass.
12:12 p. m.
me has dado una idea para un post! :D
12:17 p. m.
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