Este no es un blog: es una cajita de chocolates en una mesa huérfana. Tome cuantos quiera. Eso sí, deje algunos para el resto.

miércoles, junio 30, 2004

Dan a conocer la fórmula del buen chiste

Un grupo de científicas presentó la fórmula del chiste gracioso: c=(m+nO)/p (De la cura del cáncer ni hablemos, no?)

La ciencia -que todavía no desarrolló cubiertas que no se pinchen, aviones que no se caigan, ni cura para las peores enfermedades de la tierra- presentó la fórmula matemática del chiste perfecto. Se trata de la ecuación c=(m+nO)/p desarrollada por Helen Pilcher y Timandra Harkness quienes intercalan su labor científica con presentaciones en teatros y bares como comediantes. Las investigadoras, que crearon y dirigen el Comedy Research Project, cuentan con la colaboración del Museo de Ciencias Dana Center en Londres.

En la fórmula, la "c" equivale a la gracia del chiste y la "m" es el sentido de la oportunidad. nO, por su parte, es la cantidad de veces en que el sujeto del chiste cae en desgracia, multiplicada por la indignidad o dolor físico y social padecido.

La gracia del chiste, entonces, es la suma del "timing" del relato y el padecer del personaje dividida por el "doble sentido" o los juegos de palabras contenidos en el remate, representados por la letra "p". Es decir, que este último factor -que tiende a lograr más una satisfacción intelectual que una risotada- está visto como una condición negativa para la efectividad del chiste.

Extraido de: www.noticiaslocas.com

martes, junio 29, 2004

Último poema submarino

Olga piensa mientras está bajo el agua:

Orlando es el mar y es la bruma salada
es la presencia recurrente
el nervio
la pausa

(de pronto te escondes
ríes porque sabes que te miro)

la boca susurra grullas o dragones
o trastos viejos y calamares
plenitud
vacío
como si fuera la espuma cuando se diluye en la arena

se oculta la comisura de tus labios de una vez por todas
¿crees que podríamos vivir de lo que recojamos de los árboles?

es que no puedes con tu genio, te responde el viento desde los acantilados

una piedra cae y crepita
más abajo todo calla

porque es en tus fondos donde he descubierto el silencio.

domingo, junio 27, 2004

Aunque la corneja

Dios no había muerto (aunque le pese a Leonard Cohen). Estaba en la azotea aullándole a la luna. Por eso un poema de Lars Huldén, porque no hay nada mejor que una corneja para las noches de cielo encapotado:


Aunque la corneja lleva ya horas
atropellada en la carretera
completamente aplastada

porque el automovilista no se molestó en desviarse
sino que más bien apuntó hacia ella

el viento sin embargo no
ha abandonado completamente la esperanza,

acaricia delicadamente el cuello de la corneja
o lo que había sido su cuello
(las plumitas ondean levemente)
y dice con voz suave y sugerente:

¡Anda, levántate!

sábado, junio 26, 2004

Estado de cosas

Ayer por la tarde dios falleció por una crisis hepática. Felizmente, Leonard Cohen todavía está entre nosotros.

viernes, junio 25, 2004

Reflexión de madrugada

Me he dado cuenta de que soy un desubicado. ¡Plop!

miércoles, junio 23, 2004

De cómo Sebastian cambió el mundo para siempre

Al principio nadie pudo verlo porque todo pasó muy rápido.

Andaba balanceandose a ritmo de mariachis por el borde de la acera, como un equilibrista llevando un paragüas imaginario en una mano –no llovía pero sí era un día gris-, y en la otra un pañuelo de colores que se retorcía con el movimiento de su cuerpo y el del viento. Todo parecía una sola cosa. Una maquinaria de funcionamiento impredecible.

Y quizo el azar por desgracia, a juzgar por lo que pasó después, que se distrajera con un pensamiento vago sobre cómo cambiar el mundo. Entonces no hubo quien deshiciera lo andado y ya sabemos todos que no siempre se puede volver sobre nuestros pasos.

Puso un pie firme delante del otro y se precipitaron las acciones: el borde de la zapatilla ortopédica se abrió hacia un costado y trató en vano de mantener un equilibrio precario sobre el piso resbaloso, luego cedió a sus ansias de volar y se fue libre hacia atrás dejándolo a él trastabillando con cuidado, tropezando primero con su pierna destemplada, doblando las rodillas de inmediato, y luego de una breve levitación, cayendo horizontal sobre el concreto. Se oyó un ruido seco. Como el que se escucha en las películas cuando se cierra una puerta importante o se asiste a un gesto revelador. La culpable zapatilla fue a parar a unos metros de distancia, sin vida eso sí, pero alegre de cualquier modo.

Descerrajado el cráneo, Sebastian fue más conciente que nunca: las ideas cantaron glorias mientras brotaban de sus sesos y se fueron volando a los cielos -¡aleluya, aleluya!-, mientras una multitud de curiosos debatía sobre la pertinencia de dejar la acera con ese rojo tan intenso o limpiarla para que nadie se tropezase otra vez. Es que nunca la calle se vió tan bonita ni se vió a los vecinos tan contentos.

Cuando todos se retiraron el cuerpo quedó tendido, triste y sonriente.

Y de pronto, como cosa del destino, un perrito mofletudo ladró algo que nadie entendió: ahora el mundo es un lugar mejor, dijo. Luego echó su chorrito apestoso y desapareció con la tarde.

El queso de las Tutupis

I

¿Quién se ha robado nuestro queso? Nadie, al parecer.

Lo había traído la abuela que siempre venía los sábados. Eso porque los domingos eran su día libre, y por lo tanto hacía con ellos lo que más le gustaba: rezar de sol a sol como en los días corrientes y rascarse las cochinaditas que se le acumulaban entre los dedos de los pies, asunto secreto al que nadie revelaba, salvo a los pajaritos que como se sabe son bien chismosos.

-Domingo es día de guardar- le habíamos escuchado repetir, y por eso venía un día antes a visitarnos. Así que nosotros no eramos entretenimiento ni ocio. Estabamos encuadrados en un día decididamente laborioso, antes de las obras de caridad que hacía para los niños que crían ardillas cojas y despues de la distribución de la sopa de sesos en la escuela para taxistas con doctorados en londres. En definitiva, no eramos tan domingo como la carca de sus pies.

De todos modos la abuela era siempre bienvenida. Y eso a pesar de que su presencia significara un sobresalto constante: renegaba sobre el alza del precio de las islas del pacífico sur, la crísis energética de los paises submarinos, la vasta conspiración mundial detrás de los calzones de hilo y cualquier otra menudencia como la trascendencia de Dios -así, con mayusculas- o la importancia de llamarse vladimiro y de aprender taquigrafía para la mano izquierda.

Ya se sabe que somos un poco huérfanos, no menos que nadie pero tampoco más como para inspirar pena. Así que en realidad no la esperábamos como a un castigo sino con ansias, y eso sí, con la boca hecha baba por la cuantiosa dotación de nísperos, latas de atún, caramelitos de limón, manzanas de la huerta y chirimoyas de supermercado que venían con ella. Es que nunca nos ha gustado la cocina y por eso nos alimentamos de toda suerte de cosas crudas o envasadas.

Y que baste por el momento la abuela que ya le llegará el turno. Son otros los menesteres que nos ocupan. ¿Quién se robado nuestro queso?

II

Había sido un queso blanco al principio, sospechamos, aunque como nos pasa con la mayoría de cosas, nunca hemos podido demostrarlo. Los otros insistimos en que siempre había sido verde o azul (es que muchos somos daltónicos y no percibimos la piel verdadera de las cosas). De cualquier modo ya le habíamos cogido cariño porque fue el único queso que nos trajo la abuela y porque tampoco habíamos visto ninguno antes. Sabemos lo que piensan, que no era un queso verdadero. Es cierto que podía ser un político viejo lo mismo que un autómata desvencijado, pues tampoco hemos visto ninguno ultimamente, y hace tiempo que pueden haber cambiado de forma siguiendo el curso natural de las cosas. Pero más allá de la materia que lo defina, estabamos de acuerdo en que era queso. Y el queso era bueno por más que nunca lo probarámos. Además, la abuela así lo había dicho. Y la abuela no mentía porque era católica.

No somos una familia numerosa aunque hablemos en plural. Aún así, el queso era de todos nosotros y le teníamos cariño. Cuando lo recibimos no le dimos importancia al principio y lo pusimos en la jabonera que es donde almacenamos las cosas que no sirven (el kit multiusos, la aspiradora, nuestros padres). Despues estuvo dando vueltas por el garaje (no tenemos auto), y al final algunos vislumbraron su valor decorativo y lo colocaron en pleno pasadizo. Terminó quedandose ahí porque era bonito y marmoleado y además para no perder la costumbre: siempre colocamos las mejores cosas donde todos puedan verlas y el pasadizo es por eso el lugar ideal. Ahí es donde atendemos a los que nos visitan. Lo que pasa es que todos los que nos visitan siempre están de paso. Y por eso al costado del queso estaban las otras cosas valiosas: el fósil, la maracuyá, la tortilla española y el búho.

Pero el queso es el que se ha perdido. Sabemos lo que estás pensando: alguno de nosotros se lo ha comido. Eso es inadmisible porque nosotros nunca tenemos la culpa. Eso sí, de encontrar al responsable seremos implacables a la hora del castigo. Por sospechas menores hemos deseado cosas muy malas que por lo general se cumplen.

Una vez, una niña metió el dedo en nuestra torta de cumpleaños y la maldijimos con una sanción moral desastroza: "que una madre menopáusica te grite al oído todos los días porque te estas volviendo morada". A la mucama que hizo la carne salada incluso le dimos una galleta de la fortuna con pensamientos nefastos en su interior. Pero nada de eso se compara con una traición como la de comerse el queso. Y en esos casos podemos ser peores que las madres y las galletas: podemos desearte muchas madres de la fortuna con cientos de galletas menopaúsicas gritándote morada todos los días porque te estás poniendo al oído. Algo para volver loco incluso a Emmanuel Kant a pesar de sus imperativos, sus categorías y su pelo que con esto del retro está super cool.

III

De repente es por la ausencia de queso que la abuela no viene. De repente se lo comió y ahora está muerta. Cómo saberlo. Quizá debamos interpretar el hecho de otro modo. Lo ignoramos.

Quizá el hecho de que no venga indica que nos está cercando el fin. Hemos tenido un un nexo que nos une mas allá de toda carencia (creemos que el queso era la pieza clave, la médula espinal del asunto) y en el momento en que este nos falte dejaremos de ser nosotros para volvernos cada uno, como la abuela, que es de afuera y es buena como el pan. Pero nosotros no sabemos lo que es ser cada uno porque nunca hemos estado afuera.

(De hecho una vez tratamos de salir, pero cuando vimos los rayos del sol, corrimos a escondernos abajo de las camas y no pudimos parar de chillar por cuarenta días y cuarenta noches).

Y por eso es que tenemos miedo. Si alguien se ha comido el queso tal vez sería mejor que no lo diga. Aunque siempre nos quedarán sospechas. No se vive de utopías, dijo la anciana cuando nos bautizaron. Y nosotros ya lo habíamos olvidado.